Cuando
era niño conocí a un chico muy parecido a mí. Era diferente al resto, como yo.
Solía ser sedentario, solitario y ajeno a la vida diaria. La imaginación que
ambos poseíamos era nuestra más perfecta realidad.
Compartimos
aulas hasta la preparatoria, pero nos distanció nuestras aspiraciones. Él era hábil
en números y yo en letras. Por ello, él siguió la carrera de Matemáticas e hizo
un postgrado en Ciencias Naturales con mención en Física. Yo seguí la carrera
de Periodismo y lo completé con un postgrado en Derecho.
Cuando
empezamos a trabajar, los tiempos eran reducidos, pero seguimos
frecuentándonos, nos veíamos los sábados y contábamos nuestras más grandes
hazañas y descubrimientos.
Un
día fui a su mansión y lo encontré en su estudio. Yo era el único a quien
compartía sus mejores descubrimientos. Nunca le gustó revelarlos, era un
científico tímido. Ese día elaboró una
máquina del tiempo, quedé atónito cuando la vi. Cual niño, pensé en ponerme a
prueba y le comenté un sueño que tuve siempre: trasladarme al pasado, a la
época del virreinato y entrevistar a Micaela Villegas, La Perricholi. Sin dudarlo, me cumplió el sueño.
Pude
viajar en el tiempo, probar su descubrimiento y lograr mi cometido. Por cinco
minutos vi retroceder cantidades de escenarios confusos, dando miles de vueltas,
pero finalmente, mareado, llegué a la Lima de los años del virreinato.
Estaba
en plena Alameda de los Descalzos en el eterno distrito del Rímac, todo era
completamente diferente a la Lima del siglo XXI. Reconocí la casa de Micaela de
inmediato por las fotos que conservaba en mi oficina. Me aproximé a su puerta y
me abrió a los tres minutos. Estaba bastante mayor, aparentemente ya había
fallecido Amat.
-Hola,
¿es usted Micaela Villegas? –le dije titubeando–, soy un escritor y deseo
hacerle una entrevista breve.
-¿Qué
desea, vuestra merced? –dijo con tono autoritario– estaba descansando, pero hoy
los escritores de gacetas no me toman importancia, pase.
Pasé
a la estancia, era maravillosa, con preciosos acabados y cuadros inmensos de
actuaciones que ella protagonizó.
-La
saludo de nuevo, Buenos días, Doña Micaela.
-¿Doña?
–replicó Micaela, frunciendo el ceño– solo dígame Micaela, por favor.
-Micaela,
mi entrevista es para develar tus más íntimos secretos y desmentir todas las
habladurías.
-Joven,
le pediría que no me tutee, soy una señora de clase alta. Por cierto, si viene
para eso, como el resto de urraquillas, le imploraría proceda a retirarse.
-No,
no, desde luego no. Verá, mi historia es difícil de contar. Soy un medio de
prueba de un invento de un amigo, una máquina del tiempo. Vengo del futuro, del
siglo XX. En mi época se sigue hablando de usted. Su relación con el virrey
Amat es historia.
Micaela
dio una gran carcajada, un poco vulgar, diría yo.
-¿Y
yo os debo creer? Bueno, suena interesante. En caso fuera cierto, ¿cuáles son
vuestras inquietudes? Es bueno culturizar a la gente de tu época y clase.
Me
reí en silencio.
-¿Es
cierto que su apelativo de Perricholi…?
-¿Que
me lo puso por un juego de palabras de Perra Chola? Manuelito nunca fue
grosero, que ilusa la gente que cree eso. ¿Acaso no saben hablar catalán? Él me
decía en la intimidad “peti-xol” que en catalán significa pequeña joya.
-Entonces
era cierto. Hay una minoría que sustenta esa posición. Muchos señalan lo
contrario. En fin, ¿También es falso que muchas personas la llamaran así?
-No,
no es falso. De hecho mucha gente estúpida solía llamarme así. Inventaron una
supuesta discusión con Manuelito a las afueras de palacio que nunca tuvimos.
Solo se cogieron del apelativo cariñoso que él me puso. Las clases bajas me
envidiaban, no podían aceptar que alguien que antaño fue mestiza sea ahora de
la alta nobleza de Lima. Por otra parte, los aristócratas me llamaban así,
buscaban humillarme. ¡Ja! Soy Micaela Villegas, una de las mujeres más
respetables y pudientes de Lima.
-¡Vaya
revelaciones! ¿Es cierto también que usted el día de la fiesta de la Porciúncula
paseó en una carroza burlando aquella tradición aristocrática? Cuentan que
usted se arrepintió de lo hecho y regaló la carroza a un párroco.
-Es
cierto y no me arrepiento. Soy mucho más importante que ellos, como mujer del
mismo virrey. Y sí, regalé dicha carroza pero no por arrepentimiento, sino por
generosidad, como fiel creyente que soy. Yo empleo el siguiente proverbio
bíblico para definir a la aristocracia: “Hay quienes pretenden ser ricos, y no
tienen nada; y hay quienes aparentan ser pobres, y tienen muchas riquezas”.
Cada
vez me parecía más cómica la manera en que Miquita se expresaba.
-Por
cierto, ¿Sabe que en mi época se han hecho novelas, películas y pinturas
basadas en su historia? Eres el personaje peruano que por más años ha
permanecido en el foco de la farándula.
-¿Farándula?
–dijo Micaela con las cejas levantadas – me suena a algo vulgar.
Contuve
la risa ¡Ay Miquita, como si tú no lo fueras!
-Es
decir, personajes famosos de los cuales se habla mucho. Una película es
parecida a una obra de teatro, solo que grabada en aparatos tecnológicos de mi
época que tú no conoces. Lo importante es que, por así decirlo, estás en muchas
obras de teatro hasta mi época, es decir casi doscientos años.
-Le
pediría una vez más, atrevido mozuelo, que no me tutee. Seguro me admiran por
mi talento como directora y actriz ¿No es así?
Sentía
unas ganas inmensas de reírme y de matar su ilusión. ¡No Miquita, la gente te
conoce por tu escándalo con Amat!, dije en mi mente.
-Sí,
por su puesto Micaela.
-Seguro
también hablan del Paseo de Aguas que Manuelito hizo en mi honor. Sí, también
me lo construyó. Pero ¿sabes? no fue por capricho. No creas barrabasadas. Fue
porque le comenté que la ciudad necesitaba innovaciones, mejores paisajes, más
armonías y como su engreída, me hizo caso. Os ahorro la siguiente pregunta, no,
esta casa no me la mandó a hacer él, era de mis padres. Gracias a mi talento es
lo que ahora vuestra merced contempla, una de las más majestuosas casas que
verás en tu vida.
Empecé
a sentirme raro, me costaba respirar y sentía que algo me jalaba. Me apresuré a
hacer la pregunta del millón, aquella que definiría su propia naturaleza.
-¿Micaela,
es usted Limeña o Huanuqueña, como suele decir la mayoría?
-¿QUÉ
COSA? Muchacho atrevido, osas confundir mi naturaleza. ¡Qué ofensa! Que poco
informado estáis y aunque sois del futuro, posee cerebro de simio.
De
repente, todo se oscureció, di diez vueltas y aparecí en el estudio de mi
amigo. Él seguía ahí, aparentemente no había pasado ni un segundo.
-Hola,
volví, todo fue exitoso, excepto la última cuestión. Develé muchos misterios, entre ellos la razón
de su apodo, pero no su cuna y ergo su naturaleza ¿Será Miquita limeña? Cuando
estaba por terminar mi reportaje me interrumpió la máquina. Me costaba entender
sus pareceres, se contradecía mucho.
De
pronto, el aparato explotó. No podría volver otra vez, al menos no hasta que mi
colega lograra reconstruir la onerosísima pieza.
-Pero
bueno, ¡Cuéntame todo!–dijo mi amigo, ansioso -. ¡Adelante pues!
Me
desperté del sueño abruptamente. La tinta se había esparcido por toda la hoja.
Me hubiera gustado que no fuese un sueño ¿Pero acaso por ser sueño va a ser
irreal? Me senté, y empecé a escribir lo acontecido.