viernes, 28 de julio de 2017

Pienso en ti

Pienso en ti

Cuando dejo caer mi humanidad en la arena cálida que elude al tacto y reposo con la mirada fija en el firmamento. Cuando la brisa del mar me susurra al oído tus recuerdos con nostalgia y las estelas, desde la orilla, me guían hacia alta mar, donde se vislumbra a una sirena de facciones anónimas y silueta geométrica. Cuando pienso: cuánto la siento.

Pienso en ti

Cuando, en el estío, deambulo por los senderos del bosque, guiado por la luz de un astro que ilumina sin abrasar. Cuando mis ojos y mis pasos rebeldes, carentes de ritmo y métrica, se pierden entre los olmos y las margaritas. Cuando en el silencio y la calma de la estancia escucho tu voz, que callada, habla melodiosa, sublime y omnipresente. Cuando el riachuelo que arrastra las efímeras flores de loto y se enfrenta al verdor de la estancia, discurre desde mi mente hasta la tuya y me dice: cuánto la recuerdo.

Pienso en ti

Cuando camino por mis efemérides escarlatas y recuerdo aquellos sucesos que embadurnan las pasiones que de mi ser y mi no ser emanan. Cuando nos desnudamos con solo vernos, desde el cuerpo hasta la conciencia. Cuando me veo arrodillado frente a ti, posando mis labios entre tus pies, recorriéndolos con poesía. Cuando, sujeto a tus tobillos, me aproximo a tus piernas y voy ascendiendo con delicadeza entre los recodos más artísticos de tu piel tersa. Cuando me aproximo a tu torso y bordeo tu cintura, los paréntesis inversos que conducen mi osada mirada al horizonte que se dibuja en dos medias esferas firmes, cautivadoras y perfectas. Cuando en aquellas, mi lecho celestial, recuesto mi cabeza y dejo caer mis sentimientos y pasiones que se colocan y resbalan por tus milimétricas perfecciones que te esbozan tan fémina. Cuando, aún mimado por mis dos etéreas perdiciones, monto el dorso de mi mano en tus mejillas y las acaricio con lealtad, apacibilidad y sumisión. Cuando continúo paseando mis dedos por tu cabellera, abordándola con superlativo frenesí. Cuando, enseguida, sin perder el hilo del teatro que escenifico en ti, elevo mi vista hacia tus verdes luceros en los que me pierdo y me encuentro una y otra vez. Cuando en ellos te veo plena, desde los pies hasta el alma y cuando en ellos encuentro mi mundo, encuentro tu mundo o encuentro que el mundo eres tú. Cuando me detengo y reflexiono: cuánto la necesito.

Pienso en ti

Cuando, con los ojos abiertos, estoy en el planeta Tierra que se muestra conquistado por Brasil. Cuando Brasil me sabe a Río y cuando Río me sabe a ti. Cuando los cierro y te sueño, te pienso y te vivo porque quiero, pero sobre todo porque te quiero. Cuando lo siento: eres la más adorable omnipresencia que embarga mi existir. Cuando te trazo: eres mi todo, mujer, eres mi todo. Cuando te tengo y no te suelto; cuando imagino y te contemplo: eres mi vida, mujer, eres mi vida.

Pienso en ti

Cuando advierto que eres mi yo y cuando digo que te quiero y te miento porque delimito lo ilimitado, califico lo incalificable y defino con humanidad lo divino.

Cuando yo siento, cuando yo miro, cuando yo río, cuando suspiro, cuando yo escribo, cuando respiro, cuando yo soy y cuando yo vivo, yo pienso en ti.



Imagen: Dans le Lit, le Baiser - Henri de Toulouse-Lautrec



domingo, 14 de febrero de 2016

Quince versos por tu amor



Si quizá el cielo estuviera en tus pies,
Y la mar flotara en tu contemplar,
Si quizá el sol fuese el resplandor de tu ser,
Y la luna la guía de mi opaco pensar,
Solo tal vez, serías la musa de mi vivir.

Si tal vez lo tangible lo hicieses intangible,
Y  lo mundano lo hicieses divino,
Quizá también lo celestial lo harías cotidiano,
Y lo momentáneo, eterno.

Si quizá tus pasos acompasaran mis latidos
Y tu mirada fuese mi inspiración,
Solo quizá mi poesía fuese excelsa,
Y tu amor mi adorable existir.

Es que quizá y tal vez seas mi todo, 
y todo lo demás también.




lunes, 24 de agosto de 2015

Verte sin mirarte es amarte

Veinte años. No, más. Hace más de veinte años conoces a tu mujer, Rodrigo. No, no: “Tu mujer” suena casi arcaico para referirse a la chica que vienes amando hace casi veinte años. Corrección: Majo. Sí, mejor llamémosla Majo en esta historia que estamos a punto de escribir, hoy, a las veintitrés horas con veintitrés minutos del 23 de junio de 2015.

¡Veinte años!

Conociste a Majo cuando eras niño. Acuérdate, Rodriguito. La química fue inmediata. Ella era una bellecita y tú también. Te gustaba, siempre te gustó y tú también le gustaste. Primero lo admitiste tú, te costó bastante. A ella le costó más, mucho más. Sentimientos encontrados, sin lugar a dudas.

Todo fue frío al principio. Gélido. Era difícil que ella, siendo virgen en todo tema relacionado al amor -sí, también en el sexo, Rodriguito-, tomara muy bien que tú, su eterno contertulio y camarada, seas el amor de su vida y la razón de su existencia. Fue su falta de razón y su excesivo sentimentalismo lo que la llevó a darse cuenta que sin ti, era como Catherine sin Heathcliff. Sí, no hay mejor símil. Lo de ustedes era una suerte de amor prohibido entre quasi hermanos, pero apasionado y rebosante de ese sentimiento que los tenía así: flacos pero satisfechos. Es que honestamente jamás he visto un amor más bonito, Rodrigo. Sabes que no te mentiría. Ella se dio cuenta, al igual que tú, que esa falta de racionalidad que los embargaba, quedaba en un segundo plano cuando su sinrazón era provocada por ese éxtasis, ese paraíso en el que volaban, nadaban y soñaban cuando ambos se veían. Cuando ambos estaban juntos.

De esa manera ambos fueron entibiando el asunto, hasta llevarlo de lo gélido a lo tórrido: tú no perdiste tu castidad con ella, pero ella sí su virginidad contigo. De cualquier modo, para ambos fue una primera vez. Fue la mejor para ti y lo más placentero, romántico y satisfactorio que podría existir. En ese momento se volvió todo tórrido. Que bellos.

¿En qué momento se jodió todo? Es que siete años de relación no es cualquier cosa, compadre. Nunca se casaron, pero eso no significa nada. Ustedes eran raros y vivían plenos así. Convivían en una casa chica, de poco más de setenta metros cuadrados, pero ambos siempre decían que su hogar estaba en el corazón del otro. ¡Ay, dios mío, dime si estos chicos no son una ternurita! Pero en fin, volviendo al tema.

Estoy pensando empedernidamente en hacer mi tesis doctoral teniendo como paradigma tu caso. Sí, compadre, es que eres necio. Te digo que hace tiempo que no te preocupas por Majito; así como hace tiempo que ella no se preocupa por ti. Chambear y mantener una vida en pareja es difícil. Aun más en tu caso, que en las mañanas eres profesor de Literatura en dos colegios top de Lima y en la mejor universidad del país y en las noches, un disciplinado escritor. Ni qué decir de ella, que para metida en su chamba de ocho a ocho. Pero así es su rubro, la publicidad. Deal with it, or die alone.

Llegaste al punto más álgido cuando juntaste tu egoísmo, tu ira y tu vacío amoroso (y acaso sexual, muchachón). ¿Cómo le pudiste decir a Majito que renuncie a su chamba para que se introduzca más en la relación? La cagaste, hermanito. Ella sin pensarlo dos veces y con toda la astucia que la caracteriza, te respondió: ¿Y por qué tú no dejas de escribir ficciones y sigues escribiendo nuestra historia que era tan bella? Lo tomaste mal. Uy, sí. Sí, sí, sí. Te dio en el punto débil. La mandaste a la mierda.

Así pues, Rodriguito, para refrescarte la memoria, en ese momento decidiste mudarte de cuarto. Está bien, te haré perder tu orgullo, te fuiste a dormir al sillón de la sala. Llevas tres meses ahí. Todo se está deteriorando. Hace mucho tiempo que no cruzan palabras. Hace muchos días que no te importa su existencia (la verdad es que a ella tampoco le importa la tuya). Hace muchos días que estás comiendo en la calle y, ergo, hace muchos días que no comes sus exquisitos fideos verdes. Hace muchos días que tu trabajo es tu vida y ella es simplemente un ser que existe y convive contigo, sin razón alguna. Hace muchos días que la vienes mirando sin verla.

La cúspide del desastre no iba a tardar mucho. Sí, hoy ella tuvo un mal día y  tú te sientes el escritor más fracasado de la historia porque en las seis horas que vienes estando frente a tu ordenador, solo has agregado dos líneas a esa novelita en la que estás tan metido hace tanto tiempo. No la cagues, por favor.

La ves, te ve (no, no se ven, sólo se miran).

-Rodrigo, la verdad no estoy contenta con esta situación. No sé qué nos pasa y he llegado al punto de sentirme absorbida por la chamba y aturdida con tu presencia en mi casa.

Volteas los ojos, respiras hondo, hablas.

-Ya somos dos. Estar así contigo me vuelve un inútil. ¡Ya no sé en qué mierda inspirarme y la editorial me ha pedido tener esta porquería para el próximo mes! No me haces bien, me fastidias. Me siento un fracasado y todo por tu culpa. ¿Sabes algo? No quiero saber nad…

-¡No sigas, estúpido! Yo no tengo la culpa de tus fracasos. No quería decírtelo, pero quiero separarme. No tenemos arreglo, ahora somos extraterrestres de nuestro mundo y vivimos en el mundo de todos. Me haces daño. Lo nuestro ya perdió sentido. Ya lo sabía, nunca debí estar contigo. Estropeamos todo lo que desde tan chiquitos fuimos construyendo. No te quiero ver.

Auch. Te dolió.

Ella agarró sus llaves, su billetera y se fue con rumbo desconocido.

La casa era un infierno. En el ambiente se respiraba la tensión.

Agarras tus llaves tú también. Lloras. Lloras porque sientes que todo ha terminado. Lloras porque sabes que a pesar de tener tu día casi lleno y tu agenda recargada, te sientes más vacío y solo que nunca. Lloras porque recién reparas que se ha ido. Sales también.

No, no la vas a buscar. Sales también con rumbo desconocido. La ves llegando a la esquina de la cuadra en la cual se sitúa tu casa. Te vas hacia la otra esquina y tomas un bus. Un bus sin una dirección establecida. Sí pues, te sentías perdido.

En el siguiente paradero se subió una chica. Era la chica más bella del universo. Para tu suerte, Rodriguito, se paró frente a ti. Para tu suerte, Rodriguito, el bus estaba vacío. No, no te engañes, pavo. En el bus había unas cuantas personas más. Irrelevantes. Tú estabas hecho un bobo, rendido frente a su mirada.

La mirabas. La mujer más hermosa que puede existir. La escultura más perfecta que el señor creó. La obra de arte más preciosa, decorada con los retoques que sólo los ángeles podrían haber hecho. Los labios que te enloquecen, rojizos y atrayentes como imanes. La faz más suave y cautivante que has visto, los cabellos más lisos y finos, que de arriba abajo discurren como  cataratas que se forman desde el cielo y caen en la tierra, culminando en sus redondos senos, que sólo un ser supremo podría haber creado tan minuciosamente. Solo llegaste ahí. Si bajabas más la mirada, dejabas de verla. Tardaste algunos minutos en darte cuenta que ella también te miraba. No, esta vez no solo te miraba: también te veía. Tú también la viste. Y digo que la viste porque sus ojos y los tuyos se conectaron. Porque sus iris castaños se unieron. Porque el resto del mundo desapareció para ti. Porque te metiste en ella. Nadaste entre sus pensamientos, volaste en sus sentimientos, paseaste entre sus sueños y llegaste a su alma. 

La viste. La viste y ella también te vio.

Te diste cuenta que todo lo que anteriormente miraste no era nada. No era nada porque ella (su interior) era lo verdaderamente valioso. Te enamoró. Lo que reflejó sus ojos en ti y lo que tú reflejaste en ella fue lo definitivo. Lo que viste y no miraste te llevó a otra dimensión que hacía muchísimo tiempo no pisabas. Lo que viste era todo y todo era ella.

Ya no te importaba el rumbo del bus, sólo te importaba ella y tú solo le importabas a ella. Estaban conectados. Ella era tu mundo y tú el suyo. El viaje parecía interminable. Querías que sea interminable.

Qué lindo, qué hermoso. Qué felicidad, Rodrigo.

Pero no: todo tiene su final, nada dura para siempre. El chofer del bus, a través de su megáfono, anunció la última parada. No había nadie en el bus. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué momento? No importa. Se habían quedado solos tú y ella. Volvieron al mundo de todos. Esta vez dejaron de mirarse, pero no de verse.

Le sonreíste y te sonrió.

-Vamos, Majo. Hace mucho tiempo que no te veía, a pesar de que te tenía tan cerca.


Salieron del bus caminando, viéndose sin mirarse y, como ya es costumbre en este relato, sin rumbo alguno. 



jueves, 30 de abril de 2015

Espejito, espejito

Mi comienzo fue literalmente negro. Recuerdo que no podía ver nada. Tenía la sensación de ser parte de un mundo aún no creado, todavía sin color ni vida, porque no veía, no olía, no escuchaba ni sentía nada. Estaba sumergido en la nada. No había un solo rastro de existencia en mi entorno. De lo único que estaba seguro era que yo existía, porque el pensamiento y la incertidumbre de mi existencia y la de mi entorno brotaban de mí mismo. Por ello, definitivamente yo era algo o alguien, un ser que piensa y reflexiona sobre su existencia. Un ser sumergido en la nada.

Poco a poco pude ir contemplando manchas y fui escuchando ciertos sonidos. Algunas veces sentía un conjunto de sonidos melodiosos, acompañados de una gran manchita que me acariciaba el cuerpecito. Siempre me gustó ese momento y me gustaba la sensación que me embargaba antes que todo esto sucediera, que me preparaba para mi éxtasis. Sentí como si todo este tiempo hubiera durado una vida. Lo cierto es que no fueron ni dos meses.

Mi primer recuerdo de algo que vi completamente bien se sitúa antes de que cumpla un año. Para serles honesto, no recuerdo con exactitud en qué mes y mucho menos en qué día tuve esta experiencia. Lo único honesto que puedo decirles es que vi a mi mamá cargándome frente al espejo y me vi, aunque no me reconocí (¡Era un bebito pues!). Este acto de verme al espejo se repetía a cada rato. Hoy entiendo que por lo menos me veía al espejo unas diez o quince veces por día. Hoy entiendo que mi mamá era muy amiga de los espejos y de su apariencia personal y que indirectamente quería pasarme esa fiel amistad.

Cuando mi nivel cognoscitivo se desarrolló adecuadamente, logré comprender que me había vuelto adicto a los espejos. Mi mamá siempre me decía que antes de salir al colegio, antes de ir a almorzar, antes de ir a visitar a los abuelos, después de jugar, después de hacer mis necesidades personales, antes de ir a sentarme a la mesa para cenar, después de lavarme los dientes y antes de dormir, tenía que revisar mi apariencia en el espejo. La verdad es que me pasaba por lo menos 12 horas diarias frente a este, porque buscaba una perfección que en mi imperfección inherente como ser humano que soy se me hacía imposible de lograr y suponía mi principal martirio existencial.

Mi mamá era exactamente igual, como no tenía nada que hacer en casa porque no trabajaba y había contratado una empleada para que se encargue de las labores cotidianas, pasaba todo el día frente al espejo, excepto cuando llegaba mi papá en la noche y bajaba a saludarlo. Hasta cuando me contaba el cuento antes de dormir mirábamos ambos el espejo, para que lo que imaginábamos respecto al cuento se reproduzca a través de una imagen de nuestra apariencia personal. Mi papá no soportaba esto, pero por el poco tiempo que me veía y lo cansado que estaba, lo dejaba pasar y se unía a nosotros por un rato, hasta que se hartaba y volvía a su normalidad.

Esto se volvió una patología cuando empecé el colegio y estaba lejos de casa. Mi mamá me compró un espejito pequeño para que me viera en la carpeta por ratos, si era posible todo el día. Como ya había acostumbrado a verme en el espejo todo el tiempo, supe desarrollar la capacidad de ejercer dos actividades paralelas, siempre y cuando una de estas sea verme al espejo. Es así que podía leer y verme al espejo de reojo; podía escribir y por ratos zafar mi mirada, chequearme y luego continuar; podía estudiar viéndome al espejo, de hecho así mi capacidad de retención aumentaba, al relacionar todo lo que iba aprendiendo con la propia proyección de mi ser, por lo que esta convergencia de actividades paralelas no supuso una dificultad para mi aprendizaje y mi desempeño escolar. Así pues, si bien resultó ser un fastidio para todos y cada uno de mis profesores en un comienzo, después les resulto llevadero y posteriormente patéticamente convencional.

Los días pasaban cual estrella fugaz, siempre frente al espejo, incluso hasta cuando me bañaba (esto es curioso y preocupante porque esta colocación del espejo en la bañera fue producto de un ataque de pánico que tuve hace unos días que hizo que se me eleve la presión arterial por no verme más de veinticinco minutos en el espejo). Lo más triste es que a pesar de que ya tenía quince años a cuestas, sentía que tenía dos o tres y que todavía dependía de ese estúpido accesorio. Es triste porque lo usaba como mi amuleto para dormir, así pues, si tenía una pesadilla, o me despertaba repentinamente por un sonido extraño, me calmaba contemplándome en el espejo y acomodándome los cabellos rebeldes que siempre me acompañaban.

Tuve que postular cuatro veces a la universidad para poder ingresar. Siempre me tachaban el examen porque creían que cuando veía mi espejo era para plagiar. Lo cierto es que si no lo hacía simplemente entraba en una crisis que se adueñaba de mí y ergo de mi capacidad para resolver el examen a través de la lógica y el razonamiento. Recién a la cuarta la hice, porque me senté en un asiento que estaba al costado de un espejo de un metro veinte por un metro diez que calzaba perfecto con mi rostro. 

En la universidad no tuve problema, estudié Ingeniería Industrial sin dificultades. Mis profesores fueron condescendientes conmigo y me permitieron usar un espejo o en su defecto, luchaban por apoderarse de un aula con algún espejo. Lo triste es que ya no sentía los días como tales, sino como microsegundos que pasaban más rápido que la velocidad de la luz. Sentía que desperdiciaba mi día viéndome al espejo y que no vivía nada de nada, que más vivía cuando pensaba y dudaba de mi existencia cuando recién iba a nacer y cuando nací y no había desarrollado aún la vista.

A pesar de esta reflexión empedernida en mis pensamientos, me dejé llevar por los espejos y como consecuencia de esto, cree una empresa de espejos y me autoproclamé como el gerente general de la misma.

Tenía setenta y cinco cuando decidí retirarme de la empresa, muerto de la pena, porque recién reparé a consciencia que había pasado la vida entera viéndome al espejo sin vivir plenamente. Nunca cambié de vida (si es que se puede decir que tuve una), nunca salí a pasear a la ciudad, nunca probé tener una esposa,  nunca tuve hijos, nunca me compré una casa propia, ni mucho menos viajé al exterior, nunca tuve verdaderas amistades más que los colegas del trabajo que me soportaban (y no precisamente me querían). Mi mundo era yo, o a la larga la imagen que se proyectaba de mi físico en el espejo. Nunca fui algo sólido, algo concreto, siempre fui mi apariencia, solo eso.

Cuando ya no podía movilizarme mucho pedí que se me pusiera un espejo frente a mi cama y otro que se desprenda de las asas de mi silla de ruedas. Estaba traumado y obnubilado por esta irrealidad de lo que yo supuestamente era.

Hoy fui al doctor y me diagnosticó un alzhéimer degenerativo. Hoy sentí que no había sentido nada en toda mi vida. Mis padres habían muerto hace ya treinta y cinco años o más, o menos. La verdad es que me da vergüenza decir que no recuerdo cuándo fue, lo que sí sé, y lo digo en mi faceta de iracundo, es que detesto este maldito objeto que me hizo un muerto en vida; que me llevó a desperdiciar los momentos con el maravilloso padre que tuve y que me llevó a obviar a mi madre y sus crisis nerviosas que se produjeron por su ceguera, que le impedía verse al espejo; que me hizo olvidar a mi hermano mayor a quien a pesar de que se le implantó los espejos desde bebe, nunca los tomó muy en serio y vivió su vida al cien por ciento y hoy tiene una familia, trabaja en París y es el padre de mi sobrino que es además mi ahijado, a quien tanto quiero y a quien, a estas alturas del partido, es al único al que espero cada año que bondadosamente decide visitarme.

Hoy en la noche he empezado a escribir estas líneas, en aras de que mis sobrinos, sobrinos-nietos, primos y mi ahijado específicamente, aprendan de esta experiencia personal que indirectamente se manifiesta en otras personas aunque  de manera más light. Espero poder terminar esto como quiero, antes de que el alzhéimer me invada y haga que me olvide de terminar de escribir mi historia, o si quiera de contarle a alguien que la estoy escribiendo para que la vaya leyendo, la reflexione y en un futuro la reproduzca al resto de personas que sufren este padecimiento degenerativo. Quiero no olvidarme de recordar esta amargura que me ocasiona los malditos espejos, porque quiero aprender y enseñar, aunque sea para decir que algo viví.

Lo cierto es que ya tengo más de ochenta años pero siento que tengo diez, o tal vez menos. Hoy me arrepiento tanto de haber existido pero no vivido. ¡Qué dolor tan fuerte es este que me acongoja!
Lo siento amigos, pero para terminar esto siento que debo ir un segundo a verme al espejo, antes de que el Alzheimer me haga olvidarme de este corrompedor pero extático placer.

 Arrivederci!




No, ese no es el fin de la historia. Por suerte fui a visitar a mi padrino y encontré esto frente a su escritorio que se hallaba en la parte trasera de la casa que sus padres le habían dejado a él y a su hermano que es mi papá (aunque mi padre y yo vivíamos en París y nunca tuvimos la necesidad de reclamar la herencia compartida de este inmueble).

Evidentemente no fue un segundo el tiempo que mi padrino pasó frente al espejo, fueron, seguramente unas quince horas, o quince días o quién sabe cuánto tiempo. Lo cierto es que cuando llegué lo vi ahí. Ahora entiendo que fue en ese preciso y larguísimo lapsus en el cual mi padrino deposito todos los recuerdos de su no vida en esa proyección de lo que él aparentaba ser y no de lo que era en realidad.

La vida de mi padrino dejó de ser un proceso progresivo, largo, continuo y cíclico cuando este pudo verse a su no yo frente al espejo y comenzar su no vida. La vida de mi padrino se convirtió a lo que él supuestamente era en base a cómo se veía y no en base a lo que era según su alma, corazón y pensamiento. Lo único que puedo desprender de lo escrito por mi padrino es que él vivió solo cuando pensó y dudo de su existencia, cuando no podía ver nada más que un todo negro que según él había durado muchísimo tiempo, en resumidas cuentas, cuando todavía era un bebé.

 Por otra parte, también entendí que para mi padrino todo pasaba tan abruptamente porque simplemente lo esencial que compone la vida de un hombre no lo tenía, por lo que solo quedaban los restos, lo sobrante en la vida del hombre, que es su apariencia. Así cualquiera vive en un microsegundo, y no vive la vida tal cual. Solo existe, ocupando un lugar en el espacio.

Habiéndome apoderado de la parte decisiva del cuento o de la experiencia de mi padrino (o como quieran llamarlo), habiendo hecho unas cuantas reflexiones en torno a todo lo escrito en los acápites precedentes, soy yo quien le pone punto aparte a esta historia, porque el punto final lo pones tú lector, cuando te veas frente al espejo y te des cuenta que no ves nada. No ves nada porque todo lo verdaderamente tuyo se encuentra dentro de ti, suspendido en tus pensamientos, sentimientos y acciones.



Au revoir mes amis!




sábado, 7 de marzo de 2015

Reportaje a Miquita Villegas, La Perricholi

Cuando era niño conocí a un chico muy parecido a mí. Era diferente al resto, como yo. Solía ser sedentario, solitario y ajeno a la vida diaria. La imaginación que ambos poseíamos era nuestra más perfecta realidad.
Compartimos aulas hasta la preparatoria, pero nos distanció nuestras aspiraciones. Él era hábil en números y yo en letras. Por ello, él siguió la carrera de Matemáticas e hizo un postgrado en Ciencias Naturales con mención en Física. Yo seguí la carrera de Periodismo y lo completé con un postgrado en Derecho.
Cuando empezamos a trabajar, los tiempos eran reducidos, pero seguimos frecuentándonos, nos veíamos los sábados y contábamos nuestras más grandes hazañas y descubrimientos.
Un día fui a su mansión y lo encontré en su estudio. Yo era el único a quien compartía sus mejores descubrimientos. Nunca le gustó revelarlos, era un científico tímido.  Ese día elaboró una máquina del tiempo, quedé atónito cuando la vi. Cual niño, pensé en ponerme a prueba y le comenté un sueño que tuve siempre: trasladarme al pasado, a la época del virreinato y entrevistar a Micaela Villegas, La Perricholi. Sin dudarlo, me cumplió el sueño.
Pude viajar en el tiempo, probar su descubrimiento y lograr mi cometido. Por cinco minutos vi retroceder cantidades de escenarios confusos, dando miles de vueltas, pero finalmente, mareado, llegué a la Lima de los años del virreinato.
Estaba en plena Alameda de los Descalzos en el eterno distrito del Rímac, todo era completamente diferente a la Lima del siglo XXI. Reconocí la casa de Micaela de inmediato por las fotos que conservaba en mi oficina. Me aproximé a su puerta y me abrió a los tres minutos. Estaba bastante mayor, aparentemente ya había fallecido Amat.
-Hola, ¿es usted Micaela Villegas? –le dije titubeando–, soy un escritor y deseo hacerle una entrevista breve.
-¿Qué desea, vuestra merced? –dijo con tono autoritario– estaba descansando, pero hoy los escritores de gacetas no me toman importancia, pase.
Pasé a la estancia, era maravillosa, con preciosos acabados y cuadros inmensos de actuaciones que ella protagonizó.
-La saludo de nuevo, Buenos días, Doña Micaela.
-¿Doña? –replicó Micaela, frunciendo el ceño– solo dígame Micaela, por favor.
-Micaela, mi entrevista es para develar tus más íntimos secretos y desmentir todas las habladurías.
-Joven, le pediría que no me tutee, soy una señora de clase alta. Por cierto, si viene para eso, como el resto de urraquillas, le imploraría proceda a retirarse.
-No, no, desde luego no. Verá, mi historia es difícil de contar. Soy un medio de prueba de un invento de un amigo, una máquina del tiempo. Vengo del futuro, del siglo XX. En mi época se sigue hablando de usted. Su relación con el virrey Amat es historia.
Micaela dio una gran carcajada, un poco vulgar, diría yo.
-¿Y yo os debo creer? Bueno, suena interesante. En caso fuera cierto, ¿cuáles son vuestras inquietudes? Es bueno culturizar a la gente de tu época y clase.
Me reí en silencio.
-¿Es cierto que su apelativo de Perricholi…?
-¿Que me lo puso por un juego de palabras de Perra Chola? Manuelito nunca fue grosero, que ilusa la gente que cree eso. ¿Acaso no saben hablar catalán? Él me decía en la intimidad “peti-xol” que en catalán significa pequeña joya.
-Entonces era cierto. Hay una minoría que sustenta esa posición. Muchos señalan lo contrario. En fin, ¿También es falso que muchas personas la llamaran así?
-No, no es falso. De hecho mucha gente estúpida solía llamarme así. Inventaron una supuesta discusión con Manuelito a las afueras de palacio que nunca tuvimos. Solo se cogieron del apelativo cariñoso que él me puso. Las clases bajas me envidiaban, no podían aceptar que alguien que antaño fue mestiza sea ahora de la alta nobleza de Lima. Por otra parte, los aristócratas me llamaban así, buscaban humillarme. ¡Ja! Soy Micaela Villegas, una de las mujeres más respetables y pudientes de Lima.
-¡Vaya revelaciones! ¿Es cierto también que usted el día de la fiesta de la Porciúncula paseó en una carroza burlando aquella tradición aristocrática? Cuentan que usted se arrepintió de lo hecho y regaló la carroza a un párroco.
-Es cierto y no me arrepiento. Soy mucho más importante que ellos, como mujer del mismo virrey. Y sí, regalé dicha carroza pero no por arrepentimiento, sino por generosidad, como fiel creyente que soy. Yo empleo el siguiente proverbio bíblico para definir a la aristocracia: “Hay quienes pretenden ser ricos, y no tienen nada; y hay quienes aparentan ser pobres, y tienen muchas riquezas”.
Cada vez me parecía más cómica la manera en que Miquita se expresaba.
-Por cierto, ¿Sabe que en mi época se han hecho novelas, películas y pinturas basadas en su historia? Eres el personaje peruano que por más años ha permanecido en el foco de la farándula.
-¿Farándula? –dijo Micaela con las cejas levantadas – me suena a algo vulgar.
Contuve la risa ¡Ay Miquita, como si tú no lo fueras!
-Es decir, personajes famosos de los cuales se habla mucho. Una película es parecida a una obra de teatro, solo que grabada en aparatos tecnológicos de mi época que tú no conoces. Lo importante es que, por así decirlo, estás en muchas obras de teatro hasta mi época, es decir casi doscientos años.
-Le pediría una vez más, atrevido mozuelo, que no me tutee. Seguro me admiran por mi talento como directora y actriz ¿No es así?
Sentía unas ganas inmensas de reírme y de matar su ilusión. ¡No Miquita, la gente te conoce por tu escándalo con Amat!, dije en mi mente.
-Sí, por su puesto Micaela.
-Seguro también hablan del Paseo de Aguas que Manuelito hizo en mi honor. Sí, también me lo construyó. Pero ¿sabes? no fue por capricho. No creas barrabasadas. Fue porque le comenté que la ciudad necesitaba innovaciones, mejores paisajes, más armonías y como su engreída, me hizo caso. Os ahorro la siguiente pregunta, no, esta casa no me la mandó a hacer él, era de mis padres. Gracias a mi talento es lo que ahora vuestra merced contempla, una de las más majestuosas casas que verás en tu vida.
Empecé a sentirme raro, me costaba respirar y sentía que algo me jalaba. Me apresuré a hacer la pregunta del millón, aquella que definiría su propia naturaleza.
-¿Micaela, es usted Limeña o Huanuqueña, como suele decir la mayoría?
-¿QUÉ COSA? Muchacho atrevido, osas confundir mi naturaleza. ¡Qué ofensa! Que poco informado estáis y aunque sois del futuro, posee cerebro de simio.
De repente, todo se oscureció, di diez vueltas y aparecí en el estudio de mi amigo. Él seguía ahí, aparentemente no había pasado ni un segundo.
-Hola, volví, todo fue exitoso, excepto la última cuestión.  Develé muchos misterios, entre ellos la razón de su apodo, pero no su cuna y ergo su naturaleza ¿Será Miquita limeña? Cuando estaba por terminar mi reportaje me interrumpió la máquina. Me costaba entender sus pareceres, se contradecía mucho.
De pronto, el aparato explotó. No podría volver otra vez, al menos no hasta que mi colega lograra reconstruir la onerosísima pieza.
-Pero bueno, ¡Cuéntame todo!–dijo mi amigo, ansioso -. ¡Adelante pues!

Me desperté del sueño abruptamente. La tinta se había esparcido por toda la hoja. Me hubiera gustado que no fuese un sueño ¿Pero acaso por ser sueño va a ser irreal? Me senté, y empecé a escribir lo acontecido.


                         

viernes, 19 de septiembre de 2014

Sinnombreelmensajeseentiendemejor

Pour toi, ma petite bébé

Si yo nazco para vivir,
Vivo para morir,
Y muero para nadie,
Prefiero nacer en ti,
Vivir en ti,
Ser en ti:
Es ahí,
Donde nunca voy a morir,
Porque siempre voy a existir.

Por eso te regalo mi vida,
Déjame entrar,
Perdurar,
Existir,
Hazme eterno,

Como mi amor hacia ti.



domingo, 2 de febrero de 2014

¡Vuelvan, ustedes dos!

Para los amantes de Cortázar.

Hace bastante tiempo me senté en el pasto de un parque y empecé a escuchar esa música que hace muchísimo tiempo no escuchaba, a vestir la ropa que no vestía desde aquella vez, a echarme, reir y olvidarme de todos, hasta de mi. Claro, desde esa vez que todo cambio y todo dio vueltas, y hoy terminé aquí, volviendo desde el principio, encontrándome donde no estoy y buscándome donde no estaré, porque es en esos momentos que encontraré quien soy yo: un simple individuo que está donde no se busca, pero se encuentra en donde no está. Desde luego quise olvidar todo, pero al olvidar que quería olvidar todo, empecé a recordar algunas cosas.

 ¿Qué hacía? Desde luego nada, pero a la vez hacía mucho. Empecé a recordar todo lo que perdí, todo lo que fui, o bueno, lo que no fui. A pensar en que los árboles no son verdes y que el cielo no es celeste, que los perros no ladran y que los humanos no tenemos consciencia,  que el sol no es amarillo ni la mar azul verdoso. Recordé como fue que la perdí cuando me perdí. Como fue que se marchó y se llevó (seamos literales), mi yo. ¿Ahora pues, que soy yo si no soy yo? 

En eso me puse a pensar. Mi cabeza hacía movimientos quasi involuntarios de lado a lado examinando el paraíso, los frondosos arbustos y el recientemente recortado jardín y a  aquellos que como yo, se buscaban para no encontrarse, porque sabían que donde estaban no era un lugar accesible para nosotros los pérfidos humanos, que venimos a transgredir el mundo con nuestra presencia invisible y acaso intrascendente (Ja!). Vi como unos mozuelos saltaban del diez al veinte y del veinte al treinta y así sucesivamente hasta llegar a la punta del avión. 

Recordé que me perdí definitivamente cuando Flavia y yo deambulábamos por ahí en París entre la nieve, canturreando coros de los Beatles, agarrados de la mano, oliendo la seductora fragancia de la estancia en el paraíso y el perfume destilado por los mismos ángeles que me llevaron a tan hermosa ciudad.

 En una de esas a la muy bandida se le ocurrió patear un par de copos de nieve y desenterrar ese maldito juego que sería mi perdición. "Mundo", así le llamaban aquí en América Latina a ese juego. Ay Flavia, Flavia, por qué serías tan juguetona. La niña decidió que esta caminata habría llegado a su fin con este juego. Me invito a jugar, y yo, sí, amigos, como ya lo creían, me presté para la payasada. ¿Que hacía? ¿Negarme a sus antojos? Amigos míos, negarle a una mujer una petición es clavarle una daga por la espalda. El caso es que nos pusimos a saltar cuales niños de diez años. Tiramos la moneda y comenzamos a saltar y carcajearnos. Pero amigos, ustedes ya saben como son las mujeres de belicosas. Recuerdo que yo lancé hasta el cincuenta y disque ella, cuando salté, pisé la raya y por consiguiente y como ordena el juego, debía perder.  Pero yo me planté, tal cual caí del salto y le demostré que no había raya, que no había transgredido el límite, que yo estaba donde, por selección natural, me había tocado estar, por el turno y el espacio que me correspondía. Pero no, para ella, había pasado el límite, había ocupado un lugar que ya no me pertenecía. Sí, amigos, en medio París, un escándalo al nivel de bullicio de la acrópolis en la antigua Grecia, o de un mercado popular contemporáneo, únicamente porque disque ella había perdido, y por tanto, ella debería ser la ganadora. 

La cuestión es que me resistí, y lógicamente, no dejé que ella gane por un "mind game", producto de su yo no yo, sin embargo no logré mi objetivo y cuando ella se volteó, pateó un copo de nieve que nubló mi vista por unos segundos y cuando logré quitarme la gran masa de encima, Flavia había desaparecido. ¿La encontraría?

En eso estoy, amigos míos. Aquí, en América Latina, en Rosario. Después de haber recorrido los parques de Sudáfrica, los torreones de Roma, los desiertos de Australia y las superpobladas ciudades del siempre agitado Asia. No entiendo como Julio Verne hizo que Phileas Fogg diera la vuelta al mundo en ochenta días, cuando yo solo puedo darle la vuelta al día en ochenta mundos. Increíble. En fin, mi propósito de escribirles esto, es encontrar a Flavia y encontrarme a mí. Hasta ahorita, solo sé que soy blancón, de cabello castaño, de ojos claros, bigotes y barba poblada, lentes y ahora último, un poco "overweight". Pero en fin, en realidad no creo que esa descripción los ayude a encontrarme, porque lo básico de lo que soy yo, lo sigo buscando, y no lo encontraré hasta que me cruce con Flavia.

Me avisan si la ven, yo hoy estoy aquí, echado, en las inmediaciones de un parque, no siendo lo que no fui, y siendo alguien trascendentemente intrascendente. Si me quieren encontrar, no busquen mi apariencia, porque estarán tan o más perdidos de lo que yo estoy, que sólo sé que estoy en Rosario, en un parque del sur, sin poder localizarme y sin hallar a Flavia, que está conmigo, y sin mí, al igual que yo.






Santiago De Orellana