Mi comienzo fue literalmente
negro. Recuerdo que no podía ver nada. Tenía la sensación de ser parte de un
mundo aún no creado, todavía sin color ni vida, porque no veía, no olía, no
escuchaba ni sentía nada. Estaba sumergido en la nada. No había un solo rastro
de existencia en mi entorno. De lo único que estaba seguro era que yo existía,
porque el pensamiento y la incertidumbre de mi existencia y la de mi entorno
brotaban de mí mismo. Por ello, definitivamente yo era algo o alguien, un ser
que piensa y reflexiona sobre su existencia. Un ser sumergido en la nada.
Poco a poco pude ir contemplando
manchas y fui escuchando ciertos sonidos. Algunas veces sentía un conjunto de
sonidos melodiosos, acompañados de una gran manchita que me acariciaba el
cuerpecito. Siempre me gustó ese momento y me gustaba la sensación que me
embargaba antes que todo esto sucediera, que me preparaba para mi éxtasis.
Sentí como si todo este tiempo hubiera durado una vida. Lo cierto es que no
fueron ni dos meses.
Mi primer recuerdo de algo que vi
completamente bien se sitúa antes de que cumpla un año. Para serles honesto, no
recuerdo con exactitud en qué mes y mucho menos en qué día tuve esta
experiencia. Lo único honesto que puedo decirles es que vi a mi mamá cargándome
frente al espejo y me vi, aunque no me reconocí (¡Era un bebito pues!). Este
acto de verme al espejo se repetía a cada rato. Hoy entiendo que por lo menos
me veía al espejo unas diez o quince veces por día. Hoy entiendo que mi mamá
era muy amiga de los espejos y de su apariencia personal y que indirectamente
quería pasarme esa fiel amistad.
Cuando mi nivel cognoscitivo se
desarrolló adecuadamente, logré comprender que me había vuelto adicto a los
espejos. Mi mamá siempre me decía que antes de salir al colegio, antes de ir a
almorzar, antes de ir a visitar a los abuelos, después de jugar, después de
hacer mis necesidades personales, antes de ir a sentarme a la mesa para cenar,
después de lavarme los dientes y antes de dormir, tenía que revisar mi
apariencia en el espejo. La verdad es que me pasaba por lo menos 12 horas
diarias frente a este, porque buscaba una perfección que en mi imperfección
inherente como ser humano que soy se me hacía imposible de lograr y suponía mi
principal martirio existencial.
Mi mamá era exactamente igual,
como no tenía nada que hacer en casa porque no trabajaba y había contratado una
empleada para que se encargue de las labores cotidianas, pasaba todo el día
frente al espejo, excepto cuando llegaba mi papá en la noche y bajaba a
saludarlo. Hasta cuando me contaba el cuento antes de dormir mirábamos ambos el
espejo, para que lo que imaginábamos respecto al cuento se reproduzca a través
de una imagen de nuestra apariencia personal. Mi papá no soportaba esto, pero
por el poco tiempo que me veía y lo cansado que estaba, lo dejaba pasar y se
unía a nosotros por un rato, hasta que se hartaba y volvía a su normalidad.
Esto se volvió una patología
cuando empecé el colegio y estaba lejos de casa. Mi mamá me compró un espejito
pequeño para que me viera en la carpeta por ratos, si era posible todo el día.
Como ya había acostumbrado a verme en el espejo todo el tiempo, supe
desarrollar la capacidad de ejercer dos actividades paralelas, siempre y cuando
una de estas sea verme al espejo. Es así que podía leer y verme al espejo de
reojo; podía escribir y por ratos zafar mi mirada, chequearme y luego
continuar; podía estudiar viéndome al espejo, de hecho así mi capacidad de
retención aumentaba, al relacionar todo lo que iba aprendiendo con la propia
proyección de mi ser, por lo que esta convergencia de actividades paralelas no
supuso una dificultad para mi aprendizaje y mi desempeño escolar. Así pues, si
bien resultó ser un fastidio para todos y cada uno de mis profesores en un
comienzo, después les resulto llevadero y posteriormente patéticamente
convencional.
Los días pasaban cual estrella
fugaz, siempre frente al espejo, incluso hasta cuando me bañaba (esto es curioso
y preocupante porque esta colocación del espejo en la bañera fue producto de un
ataque de pánico que tuve hace unos días que hizo que se me eleve la presión
arterial por no verme más de veinticinco minutos en el espejo). Lo más triste
es que a pesar de que ya tenía quince años a cuestas, sentía que tenía dos o
tres y que todavía dependía de ese estúpido accesorio. Es triste porque lo
usaba como mi amuleto para dormir, así pues, si tenía una pesadilla, o me
despertaba repentinamente por un sonido extraño, me calmaba contemplándome en
el espejo y acomodándome los cabellos rebeldes que siempre me acompañaban.
Tuve que postular cuatro veces a
la universidad para poder ingresar. Siempre me tachaban el examen porque creían
que cuando veía mi espejo era para plagiar. Lo cierto es que si no lo hacía
simplemente entraba en una crisis que se adueñaba de mí y ergo de mi capacidad
para resolver el examen a través de la lógica y el razonamiento. Recién a la
cuarta la hice, porque me senté en un asiento que estaba al costado de un
espejo de un metro veinte por un metro diez que calzaba perfecto con mi
rostro.
En la universidad no tuve
problema, estudié Ingeniería Industrial sin dificultades. Mis profesores fueron
condescendientes conmigo y me permitieron usar un espejo o en su defecto,
luchaban por apoderarse de un aula con algún espejo. Lo triste es que ya no
sentía los días como tales, sino como microsegundos que pasaban más rápido que
la velocidad de la luz. Sentía que desperdiciaba mi día viéndome al espejo y
que no vivía nada de nada, que más vivía cuando pensaba y dudaba de mi
existencia cuando recién iba a nacer y cuando nací y no había desarrollado aún
la vista.
A pesar de esta reflexión
empedernida en mis pensamientos, me dejé llevar por los espejos y como
consecuencia de esto, cree una empresa de espejos y me autoproclamé como el gerente
general de la misma.
Tenía setenta y cinco cuando
decidí retirarme de la empresa, muerto de la pena, porque recién reparé a
consciencia que había pasado la vida entera viéndome al espejo sin vivir
plenamente. Nunca cambié de vida (si es que se puede decir que tuve una), nunca
salí a pasear a la ciudad, nunca probé tener una esposa, nunca tuve hijos, nunca me compré una casa
propia, ni mucho menos viajé al exterior, nunca tuve verdaderas amistades más
que los colegas del trabajo que me soportaban (y no precisamente me querían).
Mi mundo era yo, o a la larga la imagen que se proyectaba de mi físico en el
espejo. Nunca fui algo sólido, algo concreto, siempre fui mi apariencia, solo
eso.
Cuando ya no podía movilizarme
mucho pedí que se me pusiera un espejo frente a mi cama y otro que se desprenda
de las asas de mi silla de ruedas. Estaba traumado y obnubilado por esta
irrealidad de lo que yo supuestamente era.
Hoy fui al doctor y me
diagnosticó un alzhéimer degenerativo. Hoy sentí que no había sentido nada en
toda mi vida. Mis padres habían muerto hace ya treinta y cinco años o más, o
menos. La verdad es que me da vergüenza decir que no recuerdo cuándo fue, lo
que sí sé, y lo digo en mi faceta de iracundo, es que detesto este maldito
objeto que me hizo un muerto en vida; que me llevó a desperdiciar los momentos
con el maravilloso padre que tuve y que me llevó a obviar a mi madre y sus
crisis nerviosas que se produjeron por su ceguera, que le impedía verse al
espejo; que me hizo olvidar a mi hermano mayor a quien a pesar de que se le
implantó los espejos desde bebe, nunca los tomó muy en serio y vivió su vida al
cien por ciento y hoy tiene una familia, trabaja en París y es el padre de mi
sobrino que es además mi ahijado, a quien tanto quiero y a quien, a estas
alturas del partido, es al único al que espero cada año que bondadosamente
decide visitarme.
Hoy en la noche he empezado a
escribir estas líneas, en aras de que mis sobrinos, sobrinos-nietos, primos y
mi ahijado específicamente, aprendan de esta experiencia personal que
indirectamente se manifiesta en otras personas aunque de manera más light. Espero poder terminar esto como quiero, antes de que el
alzhéimer me invada y haga que me olvide de terminar de escribir mi historia, o
si quiera de contarle a alguien que la estoy escribiendo para que la vaya
leyendo, la reflexione y en un futuro la reproduzca al resto de personas que sufren
este padecimiento degenerativo. Quiero no olvidarme de recordar esta amargura
que me ocasiona los malditos espejos, porque quiero aprender y enseñar, aunque
sea para decir que algo viví.
Lo cierto es que ya tengo más de
ochenta años pero siento que tengo diez, o tal vez menos. Hoy me arrepiento
tanto de haber existido pero no vivido. ¡Qué dolor tan fuerte es este que me
acongoja!
Lo siento amigos, pero para
terminar esto siento que debo ir un segundo a verme al espejo, antes de que el
Alzheimer me haga olvidarme de este corrompedor pero extático placer.
Arrivederci!
No, ese no es el fin de la historia. Por
suerte fui a visitar a mi padrino y encontré esto frente a su escritorio que se
hallaba en la parte trasera de la casa que sus padres le habían dejado a él y a
su hermano que es mi papá (aunque mi padre y yo vivíamos en París y nunca
tuvimos la necesidad de reclamar la herencia compartida de este inmueble).
Evidentemente no fue un segundo
el tiempo que mi padrino pasó frente al espejo, fueron, seguramente unas quince
horas, o quince días o quién sabe cuánto tiempo. Lo cierto es que cuando llegué
lo vi ahí. Ahora entiendo que fue en ese preciso y larguísimo lapsus en el cual
mi padrino deposito todos los recuerdos de su no vida en esa proyección de lo
que él aparentaba ser y no de lo que era en realidad.
La vida de mi padrino dejó de ser
un proceso progresivo, largo, continuo y cíclico cuando este pudo verse a su no
yo frente al espejo y comenzar su no vida. La vida de mi padrino se convirtió a
lo que él supuestamente era en base a cómo se veía y no en base a lo que era
según su alma, corazón y pensamiento. Lo único que puedo desprender de lo
escrito por mi padrino es que él vivió solo cuando pensó y dudo de su
existencia, cuando no podía ver nada más que un todo negro que según él había
durado muchísimo tiempo, en resumidas cuentas, cuando todavía era un bebé.
Por otra parte, también entendí que para mi
padrino todo pasaba tan abruptamente porque simplemente lo esencial que compone
la vida de un hombre no lo tenía, por lo que solo quedaban los restos, lo
sobrante en la vida del hombre, que es su apariencia. Así cualquiera vive en un
microsegundo, y no vive la vida tal cual. Solo existe, ocupando un lugar en el
espacio.
Habiéndome apoderado de la parte
decisiva del cuento o de la experiencia de mi padrino (o como quieran
llamarlo), habiendo hecho unas cuantas reflexiones en torno a todo lo escrito
en los acápites precedentes, soy yo quien le pone punto aparte a esta historia,
porque el punto final lo pones tú lector, cuando te veas frente al espejo y te
des cuenta que no ves nada. No ves nada porque todo lo verdaderamente tuyo se
encuentra dentro de ti, suspendido en tus pensamientos, sentimientos y
acciones.
Au revoir mes amis!

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