sábado, 7 de marzo de 2015

Reportaje a Miquita Villegas, La Perricholi

Cuando era niño conocí a un chico muy parecido a mí. Era diferente al resto, como yo. Solía ser sedentario, solitario y ajeno a la vida diaria. La imaginación que ambos poseíamos era nuestra más perfecta realidad.
Compartimos aulas hasta la preparatoria, pero nos distanció nuestras aspiraciones. Él era hábil en números y yo en letras. Por ello, él siguió la carrera de Matemáticas e hizo un postgrado en Ciencias Naturales con mención en Física. Yo seguí la carrera de Periodismo y lo completé con un postgrado en Derecho.
Cuando empezamos a trabajar, los tiempos eran reducidos, pero seguimos frecuentándonos, nos veíamos los sábados y contábamos nuestras más grandes hazañas y descubrimientos.
Un día fui a su mansión y lo encontré en su estudio. Yo era el único a quien compartía sus mejores descubrimientos. Nunca le gustó revelarlos, era un científico tímido.  Ese día elaboró una máquina del tiempo, quedé atónito cuando la vi. Cual niño, pensé en ponerme a prueba y le comenté un sueño que tuve siempre: trasladarme al pasado, a la época del virreinato y entrevistar a Micaela Villegas, La Perricholi. Sin dudarlo, me cumplió el sueño.
Pude viajar en el tiempo, probar su descubrimiento y lograr mi cometido. Por cinco minutos vi retroceder cantidades de escenarios confusos, dando miles de vueltas, pero finalmente, mareado, llegué a la Lima de los años del virreinato.
Estaba en plena Alameda de los Descalzos en el eterno distrito del Rímac, todo era completamente diferente a la Lima del siglo XXI. Reconocí la casa de Micaela de inmediato por las fotos que conservaba en mi oficina. Me aproximé a su puerta y me abrió a los tres minutos. Estaba bastante mayor, aparentemente ya había fallecido Amat.
-Hola, ¿es usted Micaela Villegas? –le dije titubeando–, soy un escritor y deseo hacerle una entrevista breve.
-¿Qué desea, vuestra merced? –dijo con tono autoritario– estaba descansando, pero hoy los escritores de gacetas no me toman importancia, pase.
Pasé a la estancia, era maravillosa, con preciosos acabados y cuadros inmensos de actuaciones que ella protagonizó.
-La saludo de nuevo, Buenos días, Doña Micaela.
-¿Doña? –replicó Micaela, frunciendo el ceño– solo dígame Micaela, por favor.
-Micaela, mi entrevista es para develar tus más íntimos secretos y desmentir todas las habladurías.
-Joven, le pediría que no me tutee, soy una señora de clase alta. Por cierto, si viene para eso, como el resto de urraquillas, le imploraría proceda a retirarse.
-No, no, desde luego no. Verá, mi historia es difícil de contar. Soy un medio de prueba de un invento de un amigo, una máquina del tiempo. Vengo del futuro, del siglo XX. En mi época se sigue hablando de usted. Su relación con el virrey Amat es historia.
Micaela dio una gran carcajada, un poco vulgar, diría yo.
-¿Y yo os debo creer? Bueno, suena interesante. En caso fuera cierto, ¿cuáles son vuestras inquietudes? Es bueno culturizar a la gente de tu época y clase.
Me reí en silencio.
-¿Es cierto que su apelativo de Perricholi…?
-¿Que me lo puso por un juego de palabras de Perra Chola? Manuelito nunca fue grosero, que ilusa la gente que cree eso. ¿Acaso no saben hablar catalán? Él me decía en la intimidad “peti-xol” que en catalán significa pequeña joya.
-Entonces era cierto. Hay una minoría que sustenta esa posición. Muchos señalan lo contrario. En fin, ¿También es falso que muchas personas la llamaran así?
-No, no es falso. De hecho mucha gente estúpida solía llamarme así. Inventaron una supuesta discusión con Manuelito a las afueras de palacio que nunca tuvimos. Solo se cogieron del apelativo cariñoso que él me puso. Las clases bajas me envidiaban, no podían aceptar que alguien que antaño fue mestiza sea ahora de la alta nobleza de Lima. Por otra parte, los aristócratas me llamaban así, buscaban humillarme. ¡Ja! Soy Micaela Villegas, una de las mujeres más respetables y pudientes de Lima.
-¡Vaya revelaciones! ¿Es cierto también que usted el día de la fiesta de la Porciúncula paseó en una carroza burlando aquella tradición aristocrática? Cuentan que usted se arrepintió de lo hecho y regaló la carroza a un párroco.
-Es cierto y no me arrepiento. Soy mucho más importante que ellos, como mujer del mismo virrey. Y sí, regalé dicha carroza pero no por arrepentimiento, sino por generosidad, como fiel creyente que soy. Yo empleo el siguiente proverbio bíblico para definir a la aristocracia: “Hay quienes pretenden ser ricos, y no tienen nada; y hay quienes aparentan ser pobres, y tienen muchas riquezas”.
Cada vez me parecía más cómica la manera en que Miquita se expresaba.
-Por cierto, ¿Sabe que en mi época se han hecho novelas, películas y pinturas basadas en su historia? Eres el personaje peruano que por más años ha permanecido en el foco de la farándula.
-¿Farándula? –dijo Micaela con las cejas levantadas – me suena a algo vulgar.
Contuve la risa ¡Ay Miquita, como si tú no lo fueras!
-Es decir, personajes famosos de los cuales se habla mucho. Una película es parecida a una obra de teatro, solo que grabada en aparatos tecnológicos de mi época que tú no conoces. Lo importante es que, por así decirlo, estás en muchas obras de teatro hasta mi época, es decir casi doscientos años.
-Le pediría una vez más, atrevido mozuelo, que no me tutee. Seguro me admiran por mi talento como directora y actriz ¿No es así?
Sentía unas ganas inmensas de reírme y de matar su ilusión. ¡No Miquita, la gente te conoce por tu escándalo con Amat!, dije en mi mente.
-Sí, por su puesto Micaela.
-Seguro también hablan del Paseo de Aguas que Manuelito hizo en mi honor. Sí, también me lo construyó. Pero ¿sabes? no fue por capricho. No creas barrabasadas. Fue porque le comenté que la ciudad necesitaba innovaciones, mejores paisajes, más armonías y como su engreída, me hizo caso. Os ahorro la siguiente pregunta, no, esta casa no me la mandó a hacer él, era de mis padres. Gracias a mi talento es lo que ahora vuestra merced contempla, una de las más majestuosas casas que verás en tu vida.
Empecé a sentirme raro, me costaba respirar y sentía que algo me jalaba. Me apresuré a hacer la pregunta del millón, aquella que definiría su propia naturaleza.
-¿Micaela, es usted Limeña o Huanuqueña, como suele decir la mayoría?
-¿QUÉ COSA? Muchacho atrevido, osas confundir mi naturaleza. ¡Qué ofensa! Que poco informado estáis y aunque sois del futuro, posee cerebro de simio.
De repente, todo se oscureció, di diez vueltas y aparecí en el estudio de mi amigo. Él seguía ahí, aparentemente no había pasado ni un segundo.
-Hola, volví, todo fue exitoso, excepto la última cuestión.  Develé muchos misterios, entre ellos la razón de su apodo, pero no su cuna y ergo su naturaleza ¿Será Miquita limeña? Cuando estaba por terminar mi reportaje me interrumpió la máquina. Me costaba entender sus pareceres, se contradecía mucho.
De pronto, el aparato explotó. No podría volver otra vez, al menos no hasta que mi colega lograra reconstruir la onerosísima pieza.
-Pero bueno, ¡Cuéntame todo!–dijo mi amigo, ansioso -. ¡Adelante pues!

Me desperté del sueño abruptamente. La tinta se había esparcido por toda la hoja. Me hubiera gustado que no fuese un sueño ¿Pero acaso por ser sueño va a ser irreal? Me senté, y empecé a escribir lo acontecido.


                         

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