Hace bastante tiempo me senté en el pasto de un parque y empecé a escuchar esa música que hace muchísimo tiempo no escuchaba, a vestir la ropa que no vestía desde aquella vez, a echarme, reir y olvidarme de todos, hasta de mi. Claro, desde esa vez que todo cambio y todo dio vueltas, y hoy terminé aquí, volviendo desde el principio, encontrándome donde no estoy y buscándome donde no estaré, porque es en esos momentos que encontraré quien soy yo: un simple individuo que está donde no se busca, pero se encuentra en donde no está. Desde luego quise olvidar todo, pero al olvidar que quería olvidar todo, empecé a recordar algunas cosas.
¿Qué hacía? Desde luego nada, pero a la vez hacía mucho. Empecé a recordar todo lo que perdí, todo lo que fui, o bueno, lo que no fui. A pensar en que los árboles no son verdes y que el cielo no es celeste, que los perros no ladran y que los humanos no tenemos consciencia, que el sol no es amarillo ni la mar azul verdoso. Recordé como fue que la perdí cuando me perdí. Como fue que se marchó y se llevó (seamos literales), mi yo. ¿Ahora pues, que soy yo si no soy yo?
En eso me puse a pensar. Mi cabeza hacía movimientos quasi involuntarios de lado a lado examinando el paraíso, los frondosos arbustos y el recientemente recortado jardín y a aquellos que como yo, se buscaban para no encontrarse, porque sabían que donde estaban no era un lugar accesible para nosotros los pérfidos humanos, que venimos a transgredir el mundo con nuestra presencia invisible y acaso intrascendente (Ja!). Vi como unos mozuelos saltaban del diez al veinte y del veinte al treinta y así sucesivamente hasta llegar a la punta del avión.
Recordé que me perdí definitivamente cuando Flavia y yo deambulábamos por ahí en París entre la nieve, canturreando coros de los Beatles, agarrados de la mano, oliendo la seductora fragancia de la estancia en el paraíso y el perfume destilado por los mismos ángeles que me llevaron a tan hermosa ciudad.
En una de esas a la muy bandida se le ocurrió patear un par de copos de nieve y desenterrar ese maldito juego que sería mi perdición. "Mundo", así le llamaban aquí en América Latina a ese juego. Ay Flavia, Flavia, por qué serías tan juguetona. La niña decidió que esta caminata habría llegado a su fin con este juego. Me invito a jugar, y yo, sí, amigos, como ya lo creían, me presté para la payasada. ¿Que hacía? ¿Negarme a sus antojos? Amigos míos, negarle a una mujer una petición es clavarle una daga por la espalda. El caso es que nos pusimos a saltar cuales niños de diez años. Tiramos la moneda y comenzamos a saltar y carcajearnos. Pero amigos, ustedes ya saben como son las mujeres de belicosas. Recuerdo que yo lancé hasta el cincuenta y disque ella, cuando salté, pisé la raya y por consiguiente y como ordena el juego, debía perder. Pero yo me planté, tal cual caí del salto y le demostré que no había raya, que no había transgredido el límite, que yo estaba donde, por selección natural, me había tocado estar, por el turno y el espacio que me correspondía. Pero no, para ella, había pasado el límite, había ocupado un lugar que ya no me pertenecía. Sí, amigos, en medio París, un escándalo al nivel de bullicio de la acrópolis en la antigua Grecia, o de un mercado popular contemporáneo, únicamente porque disque ella había perdido, y por tanto, ella debería ser la ganadora.
La cuestión es que me resistí, y lógicamente, no dejé que ella gane por un "mind game", producto de su yo no yo, sin embargo no logré mi objetivo y cuando ella se volteó, pateó un copo de nieve que nubló mi vista por unos segundos y cuando logré quitarme la gran masa de encima, Flavia había desaparecido. ¿La encontraría?
En eso estoy, amigos míos. Aquí, en América Latina, en Rosario. Después de haber recorrido los parques de Sudáfrica, los torreones de Roma, los desiertos de Australia y las superpobladas ciudades del siempre agitado Asia. No entiendo como Julio Verne hizo que Phileas Fogg diera la vuelta al mundo en ochenta días, cuando yo solo puedo darle la vuelta al día en ochenta mundos. Increíble. En fin, mi propósito de escribirles esto, es encontrar a Flavia y encontrarme a mí. Hasta ahorita, solo sé que soy blancón, de cabello castaño, de ojos claros, bigotes y barba poblada, lentes y ahora último, un poco "overweight". Pero en fin, en realidad no creo que esa descripción los ayude a encontrarme, porque lo básico de lo que soy yo, lo sigo buscando, y no lo encontraré hasta que me cruce con Flavia.
Me avisan si la ven, yo hoy estoy aquí, echado, en las inmediaciones de un parque, no siendo lo que no fui, y siendo alguien trascendentemente intrascendente. Si me quieren encontrar, no busquen mi apariencia, porque estarán tan o más perdidos de lo que yo estoy, que sólo sé que estoy en Rosario, en un parque del sur, sin poder localizarme y sin hallar a Flavia, que está conmigo, y sin mí, al igual que yo.

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