De antemano les informo que el
título de esta entrada no va con ánimos de parodiar al gran Margo Vargas Llosa,
ni a su novela “La tía Julia y el escribidor”, ni trato de hacer que mi tia
juegue el papel de la tía del mencionado autor. De hecho, mi tía y yo tenemos
un vínculo afectivo enteramente familiar, ningún tipo de gusto ni nada por el
estilo, de hecho, sería una rareza, puesto que ella está en noventa y cuatro, y
yo, bueno pues, recién en los dieciocho.
No intento dejar por lo bajo a mi
tía, ni burlarme de ella, solo de contar sus cómicas escenas con respecto a la
comida.
Este no es un cuento, no. Creo
que es un relato. La verdad es que nunca fui bueno para conceptos. Yo de frente
escribía.
Mi tía Tichi es un personaje
histórico, desbordante, intachable y que es siempre recordado con cierta gracia
para todos. Al decir todos, me refiero a nuestros familiares, amigos de
familiares, mis amigos, los amigos de mis amigos, y así sucesivamente. ¡Quién
no conoce a mi tía Tichi!
Mi tía Tichi es una anciana, en
términos cronológicos, no obstante en los físico, no le echaría más de setenta,
y en lo emocional, pues diría que es una niñita de ocho años (rabietuda como
ella sola).
Mi tía siempre vivió sola desde
el deceso de mi tío Angel (que en paz descanse), y siempre le gustó hacerlo.
Viviendo en un barrio de la Victoria era conocida por todos, y muy respetada,
no obstante los pirañas que venían del Matute siempre chequeaban su casa, hasta
que un día pagó pato. Le robaron todo, le saquearon su casa, rompieron su
puerta. Y bueno pues, nosotros, sus únicos familiares (ya que era única hermana
de mi abuelo, y nunca tuvo hijos) la acogimos en mi hogar.
Llegó cuando yo tenía nueve años,
casi diez. Desde ahí todo cambió, en especial mi cocina, que cada vez estaba
más vacía. El refrigerador parecía un pantano, lo único que había eran verduras
(a pero por supuesto, mi tía en la vida comería verduras). La casa dio un giro
consustancial.
Los postres en los almuerzos de
los domingos comenzaron a volverse una rutina, los empaques de doritos, piqueos
snax, papas lays, chocolates obsesión, etc etc etc estaban por doquier.
A pero eso sí, nada le caía mal.
Comía sus frejoles a las dos de la mañana, cuando ya todos estábamos privados,
abría la cocina, y ¡zaz! Cabeza adentro del refrigerador. ¡Vieja para más
tragona carajo! Dejaba la refrigeradora más vacía que la barriga del Chavo. Y
lo peor, es que no se enfermaba, como la envidio concha su madre.
Y puedo contar ochenta cosas más.
Una costumbre de ella es ¡Ah que tal raza, todos comen rosas y a mí me dan
pasto! Ni hablar, yo también me zampo mi porción, habrase visto.
Lo más chistoso, es que cuando
uno le ofrecía la vieja con tono desdeñoso te decía “no, gracias”. Por más que
esté como perro cuando ve hueso de res.
Llegaban mis amigos, y la Tichita
se transformaba. De ser esa subersiva mujer, pasaba a decir un “¡Hola chicos!”
con un tono agudo y cariñoso. ¡Que vieja para más vieja!
Nunca hacía caso, Tichi, come aceitunas
verdes, ella comía las moradas. “A mí nadie me manda, ni que yo fuera su
empleada, HABRASE VISTO” siempre esa era su frase, su acompañante. “Tichi,
estamos guardando el helado, no te lo acabes”. Al día siguiente, ni el envase
estaba, creo que hasta eso se comía. ¡Ay mi tía Tichi, cómo se hace querer!
Llegaba la hora de dormir (la de
ella, nosotros ya estábamos privados a las dos o tres de la mañana), hasta a
esa hora comía. ¡Tichiii! Pero quién puede, puede pues. Mis papás al principio
no dormían bien, después ya todo fue mejorando. Las bolsas de comida en las que
guardaba su segundo (o tercer pan) de la noche sonaban incansablemente.
Su amor fue tan grande y tan
profundo como el de Romeo a Julieta.
Es cierto que mi casa cambió, la
comida aumentó, la luz también (la viejita la tenía prendida hasta las dos de
la mañana), y el agua también (dejaba el caño abierto todo el día), pero nos
trajo diversión. Cómo nos reímos de las astucias de la Tichita, cómo nos
reimos.
Uy, y cuando llegaba el momento
de pedirle plata, a menos que sea para comprarle un postre, su cara era un
velorio. Ni un sol soltaba la vieja con buena cara. Ay ay ay, te reto a que le
pidas diez céntimos y no te incomode su rostro tétrico. Era acaso como una
herida para ella. Y lo peor de todo, es que tenía plata.
Y lo que me faltaba, cuando te
peleabas con la vieja, salías perdiendo siempre, a pesar de que tengas la
razón. Creo que mi tía debió seguir actuación, siempre fue buena. ¡Que bestia!
La vieja convencía a mis papás de que ella era la víctima, soltaba lágrimas de
cocodrilo, y los conmovía, y a mí hasta casi me caía una buena resondrada, y un
intento de tunda (para mi suerte nunca se concretaron), y después cuando se
iban te soltaba una sonrisa maliciosa.
Aunque ahora, esté un poco más
deteriorada, sigue su amor a la comida. Lo más interesante es que ahora ya no
la come, la recolecta en su comodín, hasta que mi mamá se la saca de color
verde a los cinco días. Aunque ahora esté chimuelita, y se acueste a las doce,
ya no a las dos, su espíritu rebelde nunca cambiará. ¡Ay Tichita, cómo te
quiero!
No crean que estoy difamando a mi
tía, es más, me parecía un insulto no crear una historia de tan importante
personaje (por lo menos para mí lo fue). Conmigo fue una buena persona, a pesar
de que renegaba y renegaba, y hasta yo la hacía llorar por cualquier malcriadez
o contestación, se comía mi comida. ¡MI COMIDA! me quería y bastante. Yo
también la quiero mucho, creo que es como mi quinta abuela. Sí, y de verdad mi
vida y la de mis padres y hermanos, a pesar de que se complicó, no hubiera sido
la misma. Nos trajo un espíritu inigualable. En algún momento seguiré
relatando, la parte dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, y me faltarían
partes de las astucias de esta viejita, que estoy seguro, nos va a enterrar a
todos.

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