Veinte años. No, más.
Hace más de veinte años conoces a tu mujer, Rodrigo. No, no: “Tu mujer” suena casi arcaico para referirse a la chica que vienes amando hace casi
veinte años. Corrección: Majo. Sí, mejor llamémosla Majo en esta historia que
estamos a punto de escribir, hoy, a las veintitrés horas con veintitrés minutos
del 23 de junio de 2015.
¡Veinte años!
Conociste a Majo cuando
eras niño. Acuérdate, Rodriguito. La química fue inmediata. Ella era una bellecita
y tú también. Te gustaba, siempre te gustó y tú también le gustaste. Primero lo
admitiste tú, te costó bastante. A ella le costó más, mucho más. Sentimientos
encontrados, sin lugar a dudas.
Todo fue frío al
principio. Gélido. Era difícil que ella, siendo virgen en todo tema relacionado
al amor -sí, también en el sexo, Rodriguito-, tomara muy bien que tú, su
eterno contertulio y camarada, seas el amor de su vida y la razón de su
existencia. Fue su falta de razón y su excesivo sentimentalismo lo que la llevó
a darse cuenta que sin ti, era como Catherine sin Heathcliff. Sí, no hay mejor
símil. Lo de ustedes era una suerte de amor prohibido entre quasi hermanos,
pero apasionado y rebosante de ese sentimiento que los tenía así: flacos pero
satisfechos. Es que honestamente jamás he visto un amor más bonito, Rodrigo.
Sabes que no te mentiría. Ella se dio cuenta, al igual que tú, que esa falta de
racionalidad que los embargaba, quedaba en un segundo plano cuando su sinrazón
era provocada por ese éxtasis, ese paraíso en el que volaban, nadaban y soñaban
cuando ambos se veían. Cuando ambos estaban juntos.
De esa manera ambos
fueron entibiando el asunto, hasta llevarlo de lo gélido a lo tórrido: tú no
perdiste tu castidad con ella, pero ella sí su virginidad contigo. De cualquier
modo, para ambos fue una primera vez. Fue la mejor para ti y lo más placentero,
romántico y satisfactorio que podría existir. En ese momento se volvió todo
tórrido. Que bellos.
¿En qué momento se
jodió todo? Es que siete años de relación no es cualquier cosa, compadre.
Nunca se casaron, pero eso no significa nada. Ustedes eran raros y vivían
plenos así. Convivían en una casa chica, de poco más de setenta metros
cuadrados, pero ambos siempre decían que su hogar estaba en el corazón del
otro. ¡Ay, dios mío, dime si estos chicos no son una ternurita! Pero en fin,
volviendo al tema.
Estoy pensando
empedernidamente en hacer mi tesis doctoral teniendo como paradigma tu caso.
Sí, compadre, es que eres necio. Te digo que hace tiempo que no te preocupas
por Majito; así como hace tiempo que ella no se preocupa por ti. Chambear y
mantener una vida en pareja es difícil. Aun más en tu caso, que en las mañanas
eres profesor de Literatura en dos colegios top de Lima y en la mejor
universidad del país y en las noches, un disciplinado escritor. Ni qué decir de
ella, que para metida en su chamba de ocho a ocho. Pero así es su rubro, la
publicidad. Deal with it, or die alone.
Llegaste al punto más álgido cuando
juntaste tu egoísmo, tu ira y tu vacío amoroso (y acaso sexual, muchachón). ¿Cómo
le pudiste decir a Majito que renuncie a su chamba para que se introduzca más
en la relación? La cagaste, hermanito. Ella sin pensarlo dos veces y con toda
la astucia que la caracteriza, te respondió: ¿Y por qué tú no dejas de escribir
ficciones y sigues escribiendo nuestra historia que era tan bella? Lo tomaste
mal. Uy, sí. Sí, sí, sí. Te dio en el punto débil. La mandaste a la mierda.
Así pues, Rodriguito,
para refrescarte la memoria, en ese momento decidiste mudarte de cuarto. Está
bien, te haré perder tu orgullo, te fuiste a dormir al sillón de la sala.
Llevas tres meses ahí. Todo se está deteriorando. Hace mucho tiempo que no
cruzan palabras. Hace muchos días que no te importa su existencia (la verdad es
que a ella tampoco le importa la tuya). Hace muchos días que estás comiendo en
la calle y, ergo, hace muchos días que no comes sus exquisitos fideos verdes.
Hace muchos días que tu trabajo es tu vida y ella es simplemente un ser que
existe y convive contigo, sin razón alguna. Hace muchos días que la vienes
mirando sin verla.
La cúspide del desastre
no iba a tardar mucho. Sí, hoy ella tuvo un mal día y tú te sientes el escritor más fracasado de la
historia porque en las seis horas que vienes estando frente a tu ordenador,
solo has agregado dos líneas a esa novelita en la que estás tan metido hace
tanto tiempo. No la cagues, por favor.
La ves, te ve (no, no
se ven, sólo se miran).
-Rodrigo, la verdad no
estoy contenta con esta situación. No sé qué nos pasa y he llegado al punto de
sentirme absorbida por la chamba y aturdida con tu presencia en mi casa.
Volteas los ojos,
respiras hondo, hablas.
-Ya somos dos. Estar
así contigo me vuelve un inútil. ¡Ya no sé en qué mierda inspirarme y la
editorial me ha pedido tener esta porquería para el próximo mes! No me haces bien,
me fastidias. Me siento un fracasado y todo por tu culpa. ¿Sabes algo? No
quiero saber nad…
-¡No sigas, estúpido! Yo
no tengo la culpa de tus fracasos. No quería decírtelo, pero quiero separarme.
No tenemos arreglo, ahora somos extraterrestres de nuestro mundo y vivimos en
el mundo de todos. Me haces daño. Lo nuestro ya perdió sentido. Ya lo
sabía, nunca debí estar contigo. Estropeamos todo lo que desde tan chiquitos
fuimos construyendo. No te quiero ver.
Auch. Te dolió.
Ella agarró sus llaves,
su billetera y se fue con rumbo desconocido.
La casa era un
infierno. En el ambiente se respiraba la tensión.
Agarras tus llaves tú
también. Lloras. Lloras porque sientes que todo ha terminado. Lloras porque
sabes que a pesar de tener tu día casi lleno y tu agenda recargada, te sientes
más vacío y solo que nunca. Lloras porque recién reparas que se ha ido. Sales
también.
No, no la vas a buscar.
Sales también con rumbo desconocido. La ves llegando a la esquina de la cuadra
en la cual se sitúa tu casa. Te vas hacia la otra esquina y tomas un bus. Un
bus sin una dirección establecida. Sí pues, te sentías perdido.
En el siguiente
paradero se subió una chica. Era la chica más bella del universo. Para tu
suerte, Rodriguito, se paró frente a ti. Para tu suerte, Rodriguito, el bus
estaba vacío. No, no te engañes, pavo. En el bus había unas cuantas personas
más. Irrelevantes. Tú estabas hecho un bobo, rendido frente a su mirada.
La mirabas. La mujer
más hermosa que puede existir. La escultura más perfecta que el señor creó. La
obra de arte más preciosa, decorada con los retoques que sólo los ángeles
podrían haber hecho. Los labios que te enloquecen, rojizos y atrayentes como
imanes. La faz más suave y cautivante que has visto, los cabellos más lisos y
finos, que de arriba abajo discurren como
cataratas que se forman desde el cielo y caen en la tierra, culminando
en sus redondos senos, que sólo un ser supremo podría haber creado tan
minuciosamente. Solo llegaste ahí. Si bajabas más la mirada, dejabas de verla.
Tardaste algunos minutos en darte cuenta que ella también te miraba. No, esta
vez no solo te miraba: también te veía. Tú también la viste. Y digo que la
viste porque sus ojos y los tuyos se conectaron. Porque sus iris castaños se
unieron. Porque el resto del mundo desapareció para ti. Porque te metiste en
ella. Nadaste entre sus pensamientos, volaste en sus sentimientos, paseaste
entre sus sueños y llegaste a su alma.
La viste. La viste y ella también te
vio.
Te diste cuenta que
todo lo que anteriormente miraste no era nada. No era nada porque ella (su
interior) era lo verdaderamente valioso. Te enamoró. Lo que reflejó sus ojos en
ti y lo que tú reflejaste en ella fue lo definitivo. Lo que viste y no miraste
te llevó a otra dimensión que hacía muchísimo tiempo no pisabas. Lo que viste
era todo y todo era ella.
Ya no te importaba el
rumbo del bus, sólo te importaba ella y tú solo le importabas a ella. Estaban
conectados. Ella era tu mundo y tú el suyo. El viaje parecía interminable.
Querías que sea interminable.
Qué lindo, qué hermoso.
Qué felicidad, Rodrigo.
Pero no: todo
tiene su final, nada dura para siempre. El chofer del bus, a través de su
megáfono, anunció la última parada. No había nadie en el bus. ¿Cómo? ¿Cuándo?
¿En qué momento? No importa. Se habían quedado solos tú y ella. Volvieron al mundo de
todos. Esta vez dejaron de mirarse, pero no de verse.
Le sonreíste y te
sonrió.
-Vamos, Majo. Hace
mucho tiempo que no te veía, a pesar de que te tenía tan cerca.
Salieron del bus
caminando, viéndose sin mirarse y, como ya es costumbre en este relato, sin
rumbo alguno.
