lunes, 24 de agosto de 2015

Verte sin mirarte es amarte

Veinte años. No, más. Hace más de veinte años conoces a tu mujer, Rodrigo. No, no: “Tu mujer” suena casi arcaico para referirse a la chica que vienes amando hace casi veinte años. Corrección: Majo. Sí, mejor llamémosla Majo en esta historia que estamos a punto de escribir, hoy, a las veintitrés horas con veintitrés minutos del 23 de junio de 2015.

¡Veinte años!

Conociste a Majo cuando eras niño. Acuérdate, Rodriguito. La química fue inmediata. Ella era una bellecita y tú también. Te gustaba, siempre te gustó y tú también le gustaste. Primero lo admitiste tú, te costó bastante. A ella le costó más, mucho más. Sentimientos encontrados, sin lugar a dudas.

Todo fue frío al principio. Gélido. Era difícil que ella, siendo virgen en todo tema relacionado al amor -sí, también en el sexo, Rodriguito-, tomara muy bien que tú, su eterno contertulio y camarada, seas el amor de su vida y la razón de su existencia. Fue su falta de razón y su excesivo sentimentalismo lo que la llevó a darse cuenta que sin ti, era como Catherine sin Heathcliff. Sí, no hay mejor símil. Lo de ustedes era una suerte de amor prohibido entre quasi hermanos, pero apasionado y rebosante de ese sentimiento que los tenía así: flacos pero satisfechos. Es que honestamente jamás he visto un amor más bonito, Rodrigo. Sabes que no te mentiría. Ella se dio cuenta, al igual que tú, que esa falta de racionalidad que los embargaba, quedaba en un segundo plano cuando su sinrazón era provocada por ese éxtasis, ese paraíso en el que volaban, nadaban y soñaban cuando ambos se veían. Cuando ambos estaban juntos.

De esa manera ambos fueron entibiando el asunto, hasta llevarlo de lo gélido a lo tórrido: tú no perdiste tu castidad con ella, pero ella sí su virginidad contigo. De cualquier modo, para ambos fue una primera vez. Fue la mejor para ti y lo más placentero, romántico y satisfactorio que podría existir. En ese momento se volvió todo tórrido. Que bellos.

¿En qué momento se jodió todo? Es que siete años de relación no es cualquier cosa, compadre. Nunca se casaron, pero eso no significa nada. Ustedes eran raros y vivían plenos así. Convivían en una casa chica, de poco más de setenta metros cuadrados, pero ambos siempre decían que su hogar estaba en el corazón del otro. ¡Ay, dios mío, dime si estos chicos no son una ternurita! Pero en fin, volviendo al tema.

Estoy pensando empedernidamente en hacer mi tesis doctoral teniendo como paradigma tu caso. Sí, compadre, es que eres necio. Te digo que hace tiempo que no te preocupas por Majito; así como hace tiempo que ella no se preocupa por ti. Chambear y mantener una vida en pareja es difícil. Aun más en tu caso, que en las mañanas eres profesor de Literatura en dos colegios top de Lima y en la mejor universidad del país y en las noches, un disciplinado escritor. Ni qué decir de ella, que para metida en su chamba de ocho a ocho. Pero así es su rubro, la publicidad. Deal with it, or die alone.

Llegaste al punto más álgido cuando juntaste tu egoísmo, tu ira y tu vacío amoroso (y acaso sexual, muchachón). ¿Cómo le pudiste decir a Majito que renuncie a su chamba para que se introduzca más en la relación? La cagaste, hermanito. Ella sin pensarlo dos veces y con toda la astucia que la caracteriza, te respondió: ¿Y por qué tú no dejas de escribir ficciones y sigues escribiendo nuestra historia que era tan bella? Lo tomaste mal. Uy, sí. Sí, sí, sí. Te dio en el punto débil. La mandaste a la mierda.

Así pues, Rodriguito, para refrescarte la memoria, en ese momento decidiste mudarte de cuarto. Está bien, te haré perder tu orgullo, te fuiste a dormir al sillón de la sala. Llevas tres meses ahí. Todo se está deteriorando. Hace mucho tiempo que no cruzan palabras. Hace muchos días que no te importa su existencia (la verdad es que a ella tampoco le importa la tuya). Hace muchos días que estás comiendo en la calle y, ergo, hace muchos días que no comes sus exquisitos fideos verdes. Hace muchos días que tu trabajo es tu vida y ella es simplemente un ser que existe y convive contigo, sin razón alguna. Hace muchos días que la vienes mirando sin verla.

La cúspide del desastre no iba a tardar mucho. Sí, hoy ella tuvo un mal día y  tú te sientes el escritor más fracasado de la historia porque en las seis horas que vienes estando frente a tu ordenador, solo has agregado dos líneas a esa novelita en la que estás tan metido hace tanto tiempo. No la cagues, por favor.

La ves, te ve (no, no se ven, sólo se miran).

-Rodrigo, la verdad no estoy contenta con esta situación. No sé qué nos pasa y he llegado al punto de sentirme absorbida por la chamba y aturdida con tu presencia en mi casa.

Volteas los ojos, respiras hondo, hablas.

-Ya somos dos. Estar así contigo me vuelve un inútil. ¡Ya no sé en qué mierda inspirarme y la editorial me ha pedido tener esta porquería para el próximo mes! No me haces bien, me fastidias. Me siento un fracasado y todo por tu culpa. ¿Sabes algo? No quiero saber nad…

-¡No sigas, estúpido! Yo no tengo la culpa de tus fracasos. No quería decírtelo, pero quiero separarme. No tenemos arreglo, ahora somos extraterrestres de nuestro mundo y vivimos en el mundo de todos. Me haces daño. Lo nuestro ya perdió sentido. Ya lo sabía, nunca debí estar contigo. Estropeamos todo lo que desde tan chiquitos fuimos construyendo. No te quiero ver.

Auch. Te dolió.

Ella agarró sus llaves, su billetera y se fue con rumbo desconocido.

La casa era un infierno. En el ambiente se respiraba la tensión.

Agarras tus llaves tú también. Lloras. Lloras porque sientes que todo ha terminado. Lloras porque sabes que a pesar de tener tu día casi lleno y tu agenda recargada, te sientes más vacío y solo que nunca. Lloras porque recién reparas que se ha ido. Sales también.

No, no la vas a buscar. Sales también con rumbo desconocido. La ves llegando a la esquina de la cuadra en la cual se sitúa tu casa. Te vas hacia la otra esquina y tomas un bus. Un bus sin una dirección establecida. Sí pues, te sentías perdido.

En el siguiente paradero se subió una chica. Era la chica más bella del universo. Para tu suerte, Rodriguito, se paró frente a ti. Para tu suerte, Rodriguito, el bus estaba vacío. No, no te engañes, pavo. En el bus había unas cuantas personas más. Irrelevantes. Tú estabas hecho un bobo, rendido frente a su mirada.

La mirabas. La mujer más hermosa que puede existir. La escultura más perfecta que el señor creó. La obra de arte más preciosa, decorada con los retoques que sólo los ángeles podrían haber hecho. Los labios que te enloquecen, rojizos y atrayentes como imanes. La faz más suave y cautivante que has visto, los cabellos más lisos y finos, que de arriba abajo discurren como  cataratas que se forman desde el cielo y caen en la tierra, culminando en sus redondos senos, que sólo un ser supremo podría haber creado tan minuciosamente. Solo llegaste ahí. Si bajabas más la mirada, dejabas de verla. Tardaste algunos minutos en darte cuenta que ella también te miraba. No, esta vez no solo te miraba: también te veía. Tú también la viste. Y digo que la viste porque sus ojos y los tuyos se conectaron. Porque sus iris castaños se unieron. Porque el resto del mundo desapareció para ti. Porque te metiste en ella. Nadaste entre sus pensamientos, volaste en sus sentimientos, paseaste entre sus sueños y llegaste a su alma. 

La viste. La viste y ella también te vio.

Te diste cuenta que todo lo que anteriormente miraste no era nada. No era nada porque ella (su interior) era lo verdaderamente valioso. Te enamoró. Lo que reflejó sus ojos en ti y lo que tú reflejaste en ella fue lo definitivo. Lo que viste y no miraste te llevó a otra dimensión que hacía muchísimo tiempo no pisabas. Lo que viste era todo y todo era ella.

Ya no te importaba el rumbo del bus, sólo te importaba ella y tú solo le importabas a ella. Estaban conectados. Ella era tu mundo y tú el suyo. El viaje parecía interminable. Querías que sea interminable.

Qué lindo, qué hermoso. Qué felicidad, Rodrigo.

Pero no: todo tiene su final, nada dura para siempre. El chofer del bus, a través de su megáfono, anunció la última parada. No había nadie en el bus. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué momento? No importa. Se habían quedado solos tú y ella. Volvieron al mundo de todos. Esta vez dejaron de mirarse, pero no de verse.

Le sonreíste y te sonrió.

-Vamos, Majo. Hace mucho tiempo que no te veía, a pesar de que te tenía tan cerca.


Salieron del bus caminando, viéndose sin mirarse y, como ya es costumbre en este relato, sin rumbo alguno.